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sábado, 18 de febrero de 2012

Líbano



Líbano es un pequeño país situado en la parte más oriental del mar Mediterráneo.
Encrucijada entre Europa, Asia y África, muestra las huellas de las antiguas ciudades fenicias, templos griegos, romanos y bizantinos.
Rodeado de poderosos vecinos, Siria e Israel, ha sufrido a lo largo de su historia diversas invasiones. Francia sustituye al Imperio Turco Otomano, hasta que  en 1943 Líbano obtiene su independencia. En los últimos años las amenazas y ocupaciones de territorio libanés proceden de Israel.
Líbano es hoy fruto de esas influencias. Admite, en cualquier transacción, ya sea un café o un pastel, dos monedas: dólares americanos o libras libanesas (LL). 1500 LL equivalen a  un dólar y a partir de aquí se pueden hacer todo tipo de combinaciones. De modo que para pagar 4000 LL en un taxi, puedes dar parte en LL y parte en dólares. O bien pagas en dólares y te dan la vuelta en LL.
Con los idiomas es lo mismo: empiezan una conversación en inglés, siguen en francés y acaban despidiéndose en árabe.  Si intentas hacer tus pinitos en árabe y saludas con un “marhaba” (hola) te contestan con wellcome o bon jour o, viceversa.  De hecho hay expresiones con dos idiomas como”merÇi ktir” (muchas gracias). Les hace gracia oír a una extranjera decir: “marhaba habibi” (hola querido)
Beirut muestra las huellas de  la guerra, de las distintas guerras que ha tenido a lo largo de su historia. Hubo una guerra civil entre 1975 y 1990 entre grupos nacionalistas, derechistas y cristianos contra palestinos e izquierdistas. El país ya tenía una historia de conflictos entre los diversos grupos de musulmanes, cristianos y drusos. En 1982 el ejército de Israel invadió el sur del Líbano con el objetivo de expulsar a la OLP y ocupó Beirut. Hezbolá, organización islamista, fue creada precisamente en 1982 y es la expresión política y militar de la comunidad chií.
En Julio de 2006 hubo otra guerra entre el ejército de Israel y Hezbolá en la que Israel utilizó bombas de fósforo blanco en los bombardeos sobre poblaciones civiles.
Beirut hoy es testimonio de esta sucesión de conflictos y, a la vez, del afán de sus habitantes de continuar viviendo. Edificios enteros agujereados como coladores, pero con un negocio de tienda o bar en la planta baja funcionando normalmente. Huellas de balas y bombas por todas partes y, a la vez, nuevos hoteles y restaurantes. La vida sigue en medio de estos conflictos.
Hay una mezcla casi imposible de religiones: musulmanes chiíes y musulmanes sunníes, cristianos ortodoxos, católicos, armenios… y, en general, hay tolerancia entre las distintas religiones. En el centro de Beirut está la mezquita de Hariri y, al lado, dos  iglesias cristianas.
Lo que no se concibe es no tener ninguna religión.
Karin es joven (desde mi perspectiva), tiene 30 años y trabaja en un banco árabe. Su novia, con la que convive, viste al modo occidental, con vaqueros, camisetas y lleva el pelo al descubierto.
Todos los viernes a las 12, Karin va a la mezquita de Hariri a rezar. Le queda muy cerca de su banco por lo que puede ir y volver al trabajo.
Le sorprende cuando le decimos que hemos estado allí y que nos ha gustado disfrutar de su silencio. Pero se sorprende más cuando se entera de que no tenemos una religión.
-        ¿Y si alguno de tus hijos se pone muy enfermo, pregunta, entonces no rezarías, no le pedirías ayuda a dios?
No le convence el que “solamente” llamase a un médico, que le buscara el mejor tratamiento o, que aceptara que no hay ningún poder “mágico” y que  todos tenemos que morir.
La religión, además de ser un asidero al que agarrarse en caso de necesidad, es también una señal de identidad.
En la puerta de la casa de Jasmine,  hay  una imagen de San Marón (monje anacoreta y fundador de la Iglesia Católica Maronita) al igual que en España había, o sigue habiendo, las imágenes del Sagrado Corazón en cada puerta.
Su sobrino, que vive en la montaña, va de vez en cuando a Beirut visitarla, quizá huyendo del frío del invierno y de la soledad. Tiene cincuenta y pico años y se expresa con dificultad en francés.
-        Es que no lo hablo desde que iba al colegio, me dice. Pois xa choveu, pienso.
Me habla de la nieve y del frío de la montaña. Cada frase le lleva un buen rato entre que la piensa y encuentra las palabras adecuadas.
-        ¿Vas a la iglesia? me pregunta.
-         ¿Tu familia va a la iglesia? Yo voy cada domingo, dice.
Cuando se ha ido, un poco decepcionado por mi respuesta, Jasmine me dice sonriendo:
-        Es que es un poco fanático, como vive allí solo.

Visitamos el museo armenio situado al norte de Beirut. Conserva reliquias de la iglesia Armenia y es una especie de centro de la memoria. En 1915, durante la primera Guerra Mundial, el ejército turco expulsó a los armenios de sus hogares y los obligaron  a marchar cientos de kilómetros por el desierto de lo que hoy es Siria, sin agua ni alimentos. Murieron entre uno y dos millones.
La guía del museo es una chica joven, nos habla del genocidio de los armenios y nos anima a preguntar lo que queramos. Somos los únicos visitantes del museo. Nos cuenta lo que significan los exvotos (manos, piernas, brazos…. parecidos a los de San Andrés de Teixido pero estos son  de plata o de oro).
De repente nos dice:
-        ¿Sois católicos?
Ante la respuesta negativa vuelve a preguntar:
-        ¿Pero… no seréis ateos, verdad?
Tenemos que explicarle que si y que no se necesita una religión para ser una buena persona.
Oye, que somos ateos pero buenas personas, eh?




viernes, 10 de febrero de 2012

Eli




Eli tiene 26 años y es profesora de Ciencias en un colegio de Beirut. Embarazada de seis meses, está feliz. El hecho de ser mujer de un policía libanés le permitirá tener a su hijo en un hospital, gratis. Además tendrá otras ayudas para cuidar de su bebé.
La sanidad y la educación non son gratuitas. Si quieres tener a tu hijo en un hospital, tienes que pagar. Vivir en el Líbano es duro si no se tiene dinero. La vida es difícil aquí, excepto para los ricos.
Eli es menuda y delgada. Lleva una gabardina negra y un pañuelo blanco anudado bajo la barbilla. Al principio está callada y observa, luego habla de su colegio, de las clases que da en inglés, de su embarazo, de la vida en Beirut. Se siente cómoda y vamos cogidas del brazo.

Caminamos por la Corniche, el paseo marítimo que recorre Beirut a lo largo de la costa.
Acabamos de visitar el campamento de Sabra y Chatila y estamos tristes y conmocionados por la miseria del campamento y la falta de esperanza que se respira allí.
 La entrada al campamento está presidida por un gran cartel y dos humildes coronas que recuerdan la matanza de palestinos perpetrada por las milicias falangistas con la colaboración del ejército israelí en septiembre de 1982. Las milicias cristianas falangistas entraron a las seis de la tarde del día 15  y a las 11 de la noche ya habían muerto más de 300 palestinos. El ejército israelí, mientras tanto, tenía completamente rodeado el campo e iluminaba el mismo con grandes focos. Los falangistas no abandonaron el campo hasta el día 18 dejando tras de si cientos de muertos, muchos de ellos mutilados y algunos con la cruz cristiana tallada en sus cuerpos. Cifras de Israel hablan de 700 o 800 muertos. Según la BBC murieron 800 personas, entre ellos mujeres y niños. Un periodista israelí de Le Monde Diplomatique habla de 2000 muertos.
 La ONU condenó la masacre y declaró que había sido un genocidio con 123 votos a favor y 22 abstenciones, de países como Francia, GB, EE.UU. e Israel.

Sabra-Shatila hoy no es un lugar de tránsito, es el destino final.
-      Cuarenta y cinco años, me responde una anciana sentada delante de una tienda diminuta, iluminada por un candil.
Cuarenta y cinco años es el tiempo que lleva viviendo en Sabra y Chatila. Su familia ha quedado en Palestina, adonde jamás podrá volver. Su compañera, también sentada delante de la puerta, acepta ser fotografiada y sonríe. La tienda tiene algunos botes de refrescos, latas de conserva y golosinas.

El campamento es un conglomerado de callejuelas estrechas y viviendas con bloques de cemento. Lo provisional aquí es definitivo.
Muchas banderas y retratos de mártires. Chicos muy jóvenes, adolescentes, en posters colgados en las paredes.
Calles de tierra, críos jugando en la basura. Huellas de disparos y edificios destruidos.
La calle más ancha es el mercado. A uno y otro lado de la calle hay puestos con fruta, calzado, CDs de música, carne, ropa y,  un puesto con perfumes de mil colores, porque también hay que soñar. Botellas adornadas con un corazón, frascos azules, rosas, amarillos, todos para rellenar perfume a granel.

Eli nos acompañó a esta visita con su marido, Alí.
Alí tiene 40 años y Elí es su segunda mujer. Está divorciado de la primera pero a él le gusta decir que tiene dos mujeres.

Charlamos las dos cogidas del brazo como amigas de toda la vida a pesar de la diferencia de edad. Yo tengo un hijo de más de 30 años y ella espera su primer bebé.
Eli habla un inglés perfecto. Le gusta su trabajo.
Me cuenta que, en verano,  le gusta ir a la playa de mujeres.
- Es más cómodo, así me puedo sacar el velo.

Hablamos de nosotras, de nuestras vidas, de cosas de mujeres.
Los hombres caminan delante. Sospechan que están excluidos de la conversación.
En un momento Brais se acerca y nos dice:
-        Estamos diciendo que nuestra madre es feminista y te estará convenciendo,
nosotros le decimos a Alí que si sigue hablando contigo, le va a  tocar fregar.

Alí es muy bueno, me dice Eli. Si estoy cansada y no quiero cocinar, dice:
-        Deja, lo haré yo
Y si la comida no me sale bien, nunca me grita.