Líbano es un pequeño país situado en la parte más oriental del mar Mediterráneo.
Encrucijada entre Europa, Asia y África, muestra las huellas de las antiguas ciudades fenicias, templos griegos, romanos y bizantinos.
Rodeado de poderosos vecinos, Siria e Israel, ha sufrido a lo largo de su historia diversas invasiones. Francia sustituye al Imperio Turco Otomano, hasta que en 1943 Líbano obtiene su independencia. En los últimos años las amenazas y ocupaciones de territorio libanés proceden de Israel.
Líbano es hoy fruto de esas influencias. Admite, en cualquier transacción, ya sea un café o un pastel, dos monedas: dólares americanos o libras libanesas (LL). 1500 LL equivalen a un dólar y a partir de aquí se pueden hacer todo tipo de combinaciones. De modo que para pagar 4000 LL en un taxi, puedes dar parte en LL y parte en dólares. O bien pagas en dólares y te dan la vuelta en LL.
Con los idiomas es lo mismo: empiezan una conversación en inglés, siguen en francés y acaban despidiéndose en árabe. Si intentas hacer tus pinitos en árabe y saludas con un “marhaba” (hola) te contestan con wellcome o bon jour o, viceversa. De hecho hay expresiones con dos idiomas como”merÇi ktir” (muchas gracias). Les hace gracia oír a una extranjera decir: “marhaba habibi” (hola querido)
Beirut muestra las huellas de la guerra, de las distintas guerras que ha tenido a lo largo de su historia. Hubo una guerra civil entre 1975 y 1990 entre grupos nacionalistas, derechistas y cristianos contra palestinos e izquierdistas. El país ya tenía una historia de conflictos entre los diversos grupos de musulmanes, cristianos y drusos. En 1982 el ejército de Israel invadió el sur del Líbano con el objetivo de expulsar a la OLP y ocupó Beirut. Hezbolá, organización islamista, fue creada precisamente en 1982 y es la expresión política y militar de la comunidad chií.
En Julio de 2006 hubo otra guerra entre el ejército de Israel y Hezbolá en la que Israel utilizó bombas de fósforo blanco en los bombardeos sobre poblaciones civiles.
Beirut hoy es testimonio de esta sucesión de conflictos y, a la vez, del afán de sus habitantes de continuar viviendo. Edificios enteros agujereados como coladores, pero con un negocio de tienda o bar en la planta baja funcionando normalmente. Huellas de balas y bombas por todas partes y, a la vez, nuevos hoteles y restaurantes. La vida sigue en medio de estos conflictos.
Hay una mezcla casi imposible de religiones: musulmanes chiíes y musulmanes sunníes, cristianos ortodoxos, católicos, armenios… y, en general, hay tolerancia entre las distintas religiones. En el centro de Beirut está la mezquita de Hariri y, al lado, dos iglesias cristianas.
Lo que no se concibe es no tener ninguna religión.
Karin es joven (desde mi perspectiva), tiene 30 años y trabaja en un banco árabe. Su novia, con la que convive, viste al modo occidental, con vaqueros, camisetas y lleva el pelo al descubierto.
Todos los viernes a las 12, Karin va a la mezquita de Hariri a rezar. Le queda muy cerca de su banco por lo que puede ir y volver al trabajo.
Le sorprende cuando le decimos que hemos estado allí y que nos ha gustado disfrutar de su silencio. Pero se sorprende más cuando se entera de que no tenemos una religión.
- ¿Y si alguno de tus hijos se pone muy enfermo, pregunta, entonces no rezarías, no le pedirías ayuda a dios?
No le convence el que “solamente” llamase a un médico, que le buscara el mejor tratamiento o, que aceptara que no hay ningún poder “mágico” y que todos tenemos que morir.
La religión, además de ser un asidero al que agarrarse en caso de necesidad, es también una señal de identidad.
En la puerta de la casa de Jasmine, hay una imagen de San Marón (monje anacoreta y fundador de la Iglesia Católica Maronita) al igual que en España había, o sigue habiendo, las imágenes del Sagrado Corazón en cada puerta.
Su sobrino, que vive en la montaña, va de vez en cuando a Beirut visitarla, quizá huyendo del frío del invierno y de la soledad. Tiene cincuenta y pico años y se expresa con dificultad en francés.
- Es que no lo hablo desde que iba al colegio, me dice. Pois xa choveu, pienso.
Me habla de la nieve y del frío de la montaña. Cada frase le lleva un buen rato entre que la piensa y encuentra las palabras adecuadas.
- ¿Vas a la iglesia? me pregunta.
- ¿Tu familia va a la iglesia? Yo voy cada domingo, dice.
Cuando se ha ido, un poco decepcionado por mi respuesta, Jasmine me dice sonriendo:
- Es que es un poco fanático, como vive allí solo.
Visitamos el museo armenio situado al norte de Beirut. Conserva reliquias de la iglesia Armenia y es una especie de centro de la memoria. En 1915, durante la primera Guerra Mundial, el ejército turco expulsó a los armenios de sus hogares y los obligaron a marchar cientos de kilómetros por el desierto de lo que hoy es Siria, sin agua ni alimentos. Murieron entre uno y dos millones.
La guía del museo es una chica joven, nos habla del genocidio de los armenios y nos anima a preguntar lo que queramos. Somos los únicos visitantes del museo. Nos cuenta lo que significan los exvotos (manos, piernas, brazos…. parecidos a los de San Andrés de Teixido pero estos son de plata o de oro).
De repente nos dice:
- ¿Sois católicos?
Ante la respuesta negativa vuelve a preguntar:
- ¿Pero… no seréis ateos, verdad?
Tenemos que explicarle que si y que no se necesita una religión para ser una buena persona.
Oye, que somos ateos pero buenas personas, eh?